miércoles, 21 de diciembre de 2016

Isla 3


Hoy he visto a la serpiente y también la he amado. 
Sabía a metal y su lengua era dura y erecta. Apuntaba no besaba y cuando besaba empujaba, empujaba, empujaba y yo, me dejaba caer. Era una lucha, era la lucha de mí, rendido antes de mencionarla. Y ella dominaba, no necesitábamos ni siquiera luchar, yo solo obedecía y me daba y me dejaba y me olvidaba. 
No recordé siquiera que Penélope seguía tejiendo tiras de túnica blanca en la cama nupcial y que Telémaco soñaba con el héroe de su padre, con Ulises, el gran Ulises arcado para una batalla. 

- ¿Dónde está mi arco Penélope? ¿Quién soy que no me veo? Ciego de mí mismo, vuelvo Penélope, vuelvo sí, solo espera un segundo más. 



Y regreso a la lucha, a la entrega, al empuje de su inmenso cuerpo cola sobre mi pene. Y quiero que me toque, que me haga gemir de placer una vez más, solo por esta vez. 

La que surge bajo la arena, debajo, debajo de la superficie. Y yo dentro, quiero dentro, solo una vez más. 

No salgo, no me marcho, yo solo quiero sentir su piel fría, perfecta y pulida. Y quiero ser también serpiente, para olvidar mi torpeza de hombre que se cubre de piel y bello. Quiero que me ame, que me adore, que se hipnotice de mí y ser su dueño. Pero entonces vuelve, me empuja otra vez y yo, Ulises, el gran Ulises arcado, abro esta vez mis piernas y le suplico que me penetre. 
Giramos en una espiral que no reconozco, yo un simple hombre. Ella, la serpiente. 

No quiero volver a mi barco, no quiero pensar en volver a casa, no quiero volver, regresar, reconocer, retomar, resucitar. Yo solo quiero amar y ser poseído, yo solo quiero arrastrarme junto a ella y seguir masticando la arena de la playa con cada uno de mis dientes, y beber la sal rabiosa que las olas no han recogido de la playa. 

Y me quedo tumbado, desnudo en la arena de esta isla, quiero que el sol abrase mi piel y despertarme mañana ciego, quemado por los rayos. 

Mi boca está seca Penélope, sirena, serpiente, mujer. 

jueves, 8 de diciembre de 2016

Isla 2


Ha amanecido. Tengo los ojos llenos de sal, otra vez. 
Amo el mar y lo odio a la vez. 
Tengo las palmas de las manos desgarradas de la soga, de intentar sujetar la embarcación, asirla, anclarla. El agua. Todo es agua. Todo es mar. Todo es noche y si amanece, no intuyo la mañana. La mañana me envuelve en un sinrumbo, en la cita continua con mi trazo, el mapa, la anchura, las voces desgastadas de mis hombres. 

- ¡Inconscientes! ¡Inconsciencia!

No tienen miedo porque no tienen casa y compañera. No tienen deseos, porque el deseo es esperar a que amanezca. No tienen recuerdos, porque la noche los envuelve en los vapores del alcohol. 

- ¡Un momento! ¡Una sirena! ¡No! ¡No puedo escucharlas! ¡Penélope! 



La belleza, el sabor, la textura. Escucho y canto, no, no canto, no puedo cantar porque perdí mi voz entre las olas, en la tempestad que me alejó de casa y ahora, sin embargo, temo estar muy cerca y que ella no me oíga. Tengo miedo de verla caminar por los sembrados para recoger el trigo como ella acostumbra, y que en el peso del mimbre, donde se acumulan las espigas, se silencie mi sonido y que ella, Penélope, vaya olvidando la mancha de mi voz entre las sábanas. 

Te he tocado, te he rozado y he precipitado mi lengua entre tus senos. Inconsciente, no sé quién eres ni cómo tú has llegado. Pero te deseo y podría besarte hasta el ahogo, hasta la agonía, hasta perder mi aliento en el cansancio. Me exiges y me pides, me suplicas que te invada, que te pertenezca y me desposea. Me chupas, me lames, me muerdes, me salpicas. 

escamas, cola de pez, labíos de otrora, tu cabello entre mis dedos, tu destrenzada coleta entre mis labios, tus pechos de pez, tu sexo de arena mojada de la playa, tu piel alunatada, tu voz inconexa y tus palabras agitadas, los ojos cerrados

Parecías una adolescente, una desconocida; no, no te parecías a la que yo imaginaba, a la que soñaba, a la que recreaba, a la que olvidaba antes de pensada y de soñada. Parecías un amasijo loco de irrisiones ensayadas, improvisadas. Me manipulabas. Y sin embargo, quemabas, te desvencijabas en un aullido mojado que me exitaba. Te estaba besando, estaba precipitando las palmas de mis manos en tu cuerpo, estaba espirando mi gemido hacia tu rostro cuando dejé verte. 

Ansiedades, búsquedas sonoras y urbanas, dolor de la ausencia. La carencia sin vacío, la falta sin rostro, el dolor sin pasado. Y sin embargo, como te añoro y te espero y me estrago a mí mismo en esta noche despejada, suplicando a las olas que me rozen con tu sexo entre mis palmas.