Amo el mar y lo odio a la vez.
Tengo las palmas de las manos desgarradas de la soga, de intentar sujetar la embarcación, asirla, anclarla. El agua. Todo es agua. Todo es mar. Todo es noche y si amanece, no intuyo la mañana. La mañana me envuelve en un sinrumbo, en la cita continua con mi trazo, el mapa, la anchura, las voces desgastadas de mis hombres.
- ¡Inconscientes! ¡Inconsciencia!
No tienen miedo porque no tienen casa y compañera. No tienen deseos, porque el deseo es esperar a que amanezca. No tienen recuerdos, porque la noche los envuelve en los vapores del alcohol.
- ¡Un momento! ¡Una sirena! ¡No! ¡No puedo escucharlas! ¡Penélope!
Te he tocado, te he rozado y he precipitado mi lengua entre tus senos. Inconsciente, no sé quién eres ni cómo tú has llegado. Pero te deseo y podría besarte hasta el ahogo, hasta la agonía, hasta perder mi aliento en el cansancio. Me exiges y me pides, me suplicas que te invada, que te pertenezca y me desposea. Me chupas, me lames, me muerdes, me salpicas.
escamas, cola de pez, labíos de otrora, tu cabello entre mis dedos, tu destrenzada coleta entre mis labios, tus pechos de pez, tu sexo de arena mojada de la playa, tu piel alunatada, tu voz inconexa y tus palabras agitadas, los ojos cerrados
Parecías una adolescente, una desconocida; no, no te parecías a la que yo imaginaba, a la que soñaba, a la que recreaba, a la que olvidaba antes de pensada y de soñada. Parecías un amasijo loco de irrisiones ensayadas, improvisadas. Me manipulabas. Y sin embargo, quemabas, te desvencijabas en un aullido mojado que me exitaba. Te estaba besando, estaba precipitando las palmas de mis manos en tu cuerpo, estaba espirando mi gemido hacia tu rostro cuando dejé verte.
Ansiedades, búsquedas sonoras y urbanas, dolor de la ausencia. La carencia sin vacío, la falta sin rostro, el dolor sin pasado. Y sin embargo, como te añoro y te espero y me estrago a mí mismo en esta noche despejada, suplicando a las olas que me rozen con tu sexo entre mis palmas.
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