Eurídice caminó, caminó y caminó durante años, llevaba la mano en el vientre porque le colgaba la entraña. Sujetaba fuerte, con su puño escueto de versos pulidos. Apretaba suave porque no fue nunca fuerte, fue desordenada en impulsos que apartaban avispas. Fue y nunca luchó y al mismo tiempo lanzaba brazos y dedos como dardos. Movimientos convulsos de danzas de vanguardia.
Cantó...calló.
Y quedó en silencio porque Eurídice dejó de hablar y ya nadie escuchaba su gemido, porque era silencioso y el gemido se enredaba en un tela de araña interior y recorría todo los ángulos de su cuerpo breve como la mariposa que se detuvo.
Tela de araña, tela de araña, tela de araña...
- ¡Eurídice vuelve!
- Tengo rosas de azahar y serenas para el pelo, tengo trenzas, figuras de miga de pan ajadas por el tiempo, baratijas y chucherías, entretelas y rebozos y besos, colgajos de besos para el pelo.
Y se quedaba dormida.
El sol transformaba el colmao en desierto y ella, pluma de pájaro incólume, solo podía dormir.
- Duerme Eurídice, duerme en mi canción y olvida qué puedan significar las palabras. Grita Eurídice, grita y gime y canta una canción desafinada que espante al horror de los pájaros de hierro que quieren desvelarte, desvelarnos.
Y dormía Eurídice y durmió tanto que el desierto de su alma desvencijada se quedó despoblado, sereno como la serena, como los hijos de la oscuridad.
Y el tiempo se la quedó esperando en los capullos de las flores, en los estambres de las abejas, en la miel de las mariposas. Y para cuando despertó ya nosotros no encontrábamos el lugar de las cosas, porque ella en su danza digital había movido los significados para no asustarnos, para que pudiésemos algún día anidar.
Quedamos quietos, por vocación, y decidimos callar. Ella entonces, no podía cerrar los ojos aunque estaba dormida.