domingo, 26 de enero de 2014

276 chopsticks, 127 tenedores, 156 cuchillos, 78 cucharas...


Hoy lo sé, lo sabía...yo no quiero estar otra vez en un aula, enseñando a adolescentes qué es el sintagma nominal, hablando con gente que no quiere escuchar, que no quiere aprender. No quiero organizar unas normas que desprecio, no quiero ser la pieza que engarza el mecanismo de un sistema que mata la iniciativa.
Quiero enseñar en la calle, en los museos, a través del teatro, enseñar desde la libertad.
No creo en los papeles, en las líneas de los cuadernos, en los típex, en los cuadernos de notas, en las evaluaciones, en los claustros, en los timbres...

277 chopsticks, 128 tenedores, 157 cuchillos, 79 cucharas...






Y llegó el pelotón de fusilamiento, la plaza estaba congelada, no por el hielo de la noche sino por las nieves que aguardaban, al otro lado de la cima de la montaña. Era invierno, y el invierno era así siempre en la aldea.
Hacía frío, hacía tanto frío que las manos de los viejos se resquebrajaban como la leña.
Todo el pueblo aguardaba, el espectáculo iba a comenzar. Silencio.
Las pieles de los hombres esperaban resecas junto al muro centenario de la iglesia. Algo sexual se escurría desde los vientres de las mujeres, las manos apretadas, fingiéndose serenas, las sonrisas torvas. Cualquiera podría compartir el aroma de fiesta que desprendía la aldea. 
Todo era distinto, era el día de la higiene, del baño sereno, del peine sobre la raya arando los años de la infancia...la monotonía.

Los pezones de los hombres, que seguían contra el paredón, estaban erectos; de sus bocas el aliento. El miedo El terror El miedo. 
Disimular, fingirse un héroe y mantener el orden esperado, ser un hombre, aspirar...



Desvirgada entre las tizas de tus dedos, con cucharillas de té, con palillos chinos, tailandeses, vietnamitas, con el sillín de mi bicicleta, con tu mirada equivocada en las mañanas de domingo, en la ciudad inmensa, poblada, deshabitada. Desvirgada en la hora de la siesta, desvirgada sin hombres, sin manos, sin un solo rastro de una sola presencia. Desvirgada una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... 278...129... 158... 80...


jueves, 23 de enero de 2014

...Thursday...


Ahora tengo un nuevo trabajo, apagar fuegos. Es muy interesante, creativo y hasta bonito; lo único malo que tiene es que es poco ecológico y a mí la ecología siempre me ha preocupado muchísimo.
Cada mañana me despierto llena de esperanza, ¿cuál será mi próximo fuego? ¿será grande? ¿será peligroso? ¿habrá víctimas, heridos leves, graves, mujeres, niños, ancianos, hombres con pelos en el pecho...? Intento entonces aguantar cinco minutos más en la cama, porque de verdad que la ansiedad por ducharme, vestirme de bombera y ponerme el abrigo casi me hace olvidar, cada día, que tengo que pasar quince minutos serenamente delante de mi té y prepararme el lunch.

Esta semana no ha habido muchos fuegos en London y la verdad que eso me hace deprimirme bastante, pero le he prometido a Ella que no voy a estar triste, que la ciudad está llena de incencios y de peligros y que aunque yo solo esté en la brigada de fuegos pues que it´s coming. Vamos que seguro que con el tiempo todo irá mejor y podré salir corriendo en cuanto suene la trompeta del móvil, a no sé dónde.

Aunque la verdad, no se lo he dicho, pero está lloviendo tanto...

Barcos de papel


A veces, algunos días, sometimes...

Barcos de papel, ejércitos de barcos de papel, montañas arrugadas de pequeños soldados de quebranto. Tres barcos de papel, barcos de papel.
Son residuos de un naufragio de tardes de tormenta, de neblina importada y de frío que te cala hasta los huesos. 

Olas, residuos de amor que se confunden con besos, besos de esparto y arañazos en la frente. Cuchillas de té con leche, con azúcar, sin azúcar...never mind.

La tarde se encoge, se resguarda de sí misma en los recodos de sus caricias, palabras rotas y significados expuestos, rasgados en mitad de la noche, la noche joven, la noche preniña de la ciudad que habito. Las noches cualquiera, como frases preconcebidas que hay que llevar a cabo. Porque es de noche y tan solo por eso tenemos obligaciones. Nadie las entiende, nadie las habita, nadie las escruta, nadie las niega pero tampoco las despoja. Una noche más, cumplida, sometida, encauzada; como nosotras mismas. 

El ganado vuelve al redil, cae la tarde, pero desde la distancia, apenas se puede percibir el sabor del mar.