lunes, 16 de junio de 2014

Camino del Cierzo


Cuando estoy en Madrid nunca puedo respirar.
Cuando estoy en Londres nunca me ahogo.
Repito frecuencias desubicadas, abro brechas en el aire, camino sin estrujar las ramas de absurda hierba que no cierra mi paso.
Y no puedo respirar, como cuando no puedo respirar, pero sin motivo. No intento escribir la frase, porque no hay gramática.
Cuento las baldosas de la acera hasta perder la cuenta y entonces vuelvo a empezar. Me peleo con los espacios no conocidos y aprieto los ojos muy fuerte, como cuando se me caían las piedras de los bolsillos.
Alguien me interrumpe en mi vacío.

-Se le ha caído.

-¿Qué?...What?...¿Qué?

Me mira desde muy lejos. Son los segundos justos de quien espera antes de irse, sin seguir lo que empezó, porque realmente había dudado ya antes de parar.
Se va.
Se me ha caído. Mi diario. Este no es el diario de Londres. Lo recojo por si acaso, lo sujeto flojo, con la esperanza de que se caiga de nuevo. Camino.
Los belfos me ablandan las comisuras y la saliva empuja y se abre un surco, goteo, las baldosas de la acera me pretenden.
Agujeros, piedras, vacíos en mi ropa.
Intento pasar desapercibida y reanudo la cuenta.

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